La Escena es la siguiente, estás en una cena, evento, o simplemente tomando algo con los amigos. Te encuentras en un ambiente relajado, distendido, disfrutando de un rato de ocio que te libere de las preocupaciones diarias, y de repente, en el grupo aparece alguna cara nueva.
Tras las presentaciones de rigor, unas palabras amables, sonrisas… Reina la armonía y la paz social. Tras unas breves pinceladas biográficas que facilita el nexo común entre la cara nueva y tú, llega la temida pregunta: ¿y tú, a qué te dedicas?.
Es entonces cuando tu tiempo se detiene, lo que sea que tengas en la mano se queda congelado a medio camino entre tu boca y la nada, y tu intuición te dice que deberías huir mientras puedas. Pero ahí está el problema, no puedes; y además es de cobardes.
Piensas en la respuesta mientras tu interlocutor continúa sonriendo amablemente, y tras encomendarte a San Ivo, San Raimundo de Peñafort o Santo en funciones que esté de guardia y vele por los abogados ese día, confiesas: Soy abogada. Se hace un incómodo silencio. Fundido a negro.
Tu interlocutor esboza una especie de mueca, y te mira mientras esperas su reacción con más ansia que la notificación de una sentencia. En este momento cósmico se abre un abanico de posibilidades.
Hay quien simplemente lo considerará una profesión más, y continuará la conversación con otro tema; Puede que haya también quien te muestre cierta empatía y te diga algo bonito sobre tu profesión e incluso sobre la labor social que cumple, haciéndote sentir la persona más afortunada del mundo, y cómo no, por último, pero no por ello menos importante, habrá quien dedique los siguientes minutos de su existencia a hundirte en la miseria. Por su mayor impacto sobre tu estado anímico y por su interés jurídico superior, me centraré en este último tipo de sujeto. El Sujeto Impasible. (Sí, compañeros, existe y todos lo habéis sufrido, por eso trato de rendirle mi particular homenaje, como depositario de mis deseos de haberme dedicado a cualquier otra profesión).
Pues bien, continuamos en escena, con todo tu cuerpo petrificado y mostrando signos de alarma frente al Sujeto Impasible. Tras unos segundos interminables en los que esbozará una serie de muecas mientras sabes que en su mente te está categorizando en el Grupo de los Invertebrados, (aunque te asaltan ciertas dudas sobre si tal vez te esté incluyendo en el de los Reptilianos, su expresión facial es un libro abierto), lanzará el primer ataque: “Oye, pues tengo una cosa que consultarte”. Vamos, que o bien quiere poner a prueba tus conocimientos jurídicos o simplemente pretende realizar una consulta gratuita. Entonces, tomas aire y lo expulsas lentamente mientras pones todo tu saber jurídico a su disposición, ofreciéndole un esbozo de la posible solución, con los mínimos datos que te ha facilitado, mientras cortésmente le explicas, que para ofrecerle una respuesta más precisa necesitarías más datos, documentos, etc., a la vez que le sugieres que tal vez, en el despacho, y en horario laboral le atenderías gustosamente y mucho mejor.
Segundo ataque. Te deja recuperarte unos segundos, y lanza la segunda pregunta, posiblemente relacionada con una noticia que haya leído en la prensa sobre una sentencia en concreto (amputada casi seguro y buscando la polémica) o un titular sobre cualquier cosa que considere que englobe el mundo del Derecho (algo infinito, de dimensiones astronómicas, incapaz de ser conocido y comprendido en toda su extensión por un solo sujeto físico). Aquí puede que te pille fuera de juego y sólo puedas darle una modesta opinión o respuesta a lo sumo, vamos, hablar sin decir nada, al estilo de los buenos políticos. Entonces te mirará con cara complacida y te dirá, Ah, es que como eres abogado creí que sabias de todo. (Aclaración: eso no es cierto, no lo sé todo, no soy un pozo de sabiduría ni soy omnisciente, únicamente me dedico a la abogacía y por supuesto no en todas sus especialidades).
Tercer ataque. Aquí ya disparará la última bala de la Ruleta Rusa de tu Paciencia. Sin compasión te relatará todos los conflictos jurídico o supra jurídicos que considere que haya padecido, si ha sufrido un divorcio reciente se ensañará especialmente y si es telespectador de Telecinco relatará pormenorizadamente su visión especializada sobre el Caso Gürtel, Operación Malaya, Urdangarin, Ortega Cano y La Pantoja. Para terminar ofreciéndote unas reflexiones que envidiaría el mismo Kelsen sobre el Principio de Legalidad, el Derecho a un abogado y seguramente hasta sobre la División de Poderes, que estos sujetos sí que saben de todo y mucho. Y lo peor de todo es que se extenderá interminablemente, sin réplica posible, como si fuera el Informe Final de la Defensa.
Mientras tanto, tú aguantarás dignamente el tipo, y pondrás cara de póker (o de Pokémon, dada la situación de estrés padecida) mientras realizas un viaje astral a los inicios de la carrera, cuando aún no eras un ser atormentado, sino un beatífico estudiante que ignoraba lo que el destino y sus propias decisiones le habían deparado.
Tras ello, cuando creas que por fin ha finalizado o consideres colmadas tus reservas de paciencia y cortesía, le dirás, “un placer hablar contigo, pero ahora tengo que hacer una llamada”, o simplemente le dirás que tienes que ir a saludar a otra persona, o lo que sea que aconseje la situación y la prudencia, para poder escapar como si no hubiera mañana. Por supuesto, el resto de la velada te mantendrás alejado del sujeto como si pesase sobre ti la pena de destierro, lo buscarás constantemente con la mirada para mantenerte fuera de su campo de visión y te pasarás la noche buscando refugios seguros cerca de la salida de incendios.
Y ya por fin, en casa, te dirás a ti misma, que la próxima vez que alguien te pregunte a qué te dedicas, le mirarás fijamente a los ojos mientras le respondes con un “Si te lo dijera tendría que matarte”, a la vez que te vas del lugar dirigiéndote hacia la barra, “Martini Vodka, mezclado, no agitado”.
Fin de la escena.
PATRICIA DÍAZ DÍAZ
Es abogada ejerciente y colegiada 5.441 del ICA de Oviedo.
Licenciada en Derecho por la Universidad de Oviedo.
Máster en Asesoría Fiscal por la Universidad Pontificia de Salamanca.
Máster en Abogacía por la Universidad de Oviedo.