Hoy me encuentro de nuevo en Togadas para hacer frente a un nuevo reto. Ofrecer a quienes lo leen una visión de la Violencia de género más allá de lo que se lee habitualmente. Y para ello he elegido algo que queda en la trastienda, haciendo el difícil equilibrio entre lo que nos dicta el cerebro y lo que nos manda el corazón que, a veces, no solo no se ponen de acuerdo, sino que están en franca disonancia.
La atención a las víctimas de violencia de género se proporciona –o se debería proporcionar- desde muchos frentes. Es un problema complejo, mucho más allá de la parte estrictamente jurídica, y su modo de afrontarlo también ha de ser necesariamente multidisciplinar. Y coordinar y unir todas las piezas del puzle no es fácil. Nunca podemos perder de vista que, si una falla, el conjunto se puede venir abajo, como un castillo de naipes al que le quitáramos una de las cartas.
Esta atención puede empezar en el momento en que la víctima decide interponer denuncia o la policía actúa de cualquier otro modo, o incluso antes, si la mujer acude a algún centro asistencial. Pero en ese preciso instante ha de ponerse el contador a cero para proporcionarle toda la ayuda posible. Y desde ese primer momento es esencial, además de la atención de personal formado, la asistencia letrada especializada. La experiencia me muestra que la denuncia, ese pistoletazo de salida del procedimiento, difiere sensiblemente si se hizo en presencia de Letrado que asesore a la víctima o si se prescindió de ello. Por más que se le diga a la mujer que luego tendrá uno a su disposición en el juzgado. Enfatizar en determinadas cosas, hacer constar hechos que tal vez a ella le parezcan nimios, y ordenar la denuncia para que diga exactamente lo que quiere decir es muy importante. Pero quizás lo es más que esa persona, que se ve en un momento emocional tremendo, se vea apoyada, pueda preguntar sus dudas y consultar lo que le angustie. Y es ahí donde empieza mucho más que la atención profesional. Ahí tiene que actuar algo que no nos enseñan en las facultades: la empatía. De poco sirve un letrado con todos los conocimientos jurídicos sobre la materia si no es capaz de ponerse en la piel de la víctima. O esa es, al menos, mi opinión. El problema es cómo conjugar esa empatía con la profesionalidad, que tampoco debe abandonar. No se trata de la amiga, de la madre ni de la hermana de la víctima. Se trata de su Letrada o Letrado. Nada más y nada menos.
Cuando los fiscales vemos por vez primera a la víctima en el juzgado de guardia, toda esa fase ya ha tenido lugar. Y, desde mi experiencia personal, puedo asegurar lo diferentes que son las cosas cuando ha sido asistida de modo profesional desde el primer momento y cuando no lo ha sido. Ni que decir tiene que a favor de esa asistencia inicial. Tanto, que muchas veces una futura absolución o condena puede depender de ello.
Y todavía más patente cuando la víctima tiene serias dudas si denunciar o acogerse a esa dispensa legal del artículo 416 LECrim. –dispensa, que no derecho-. Estoy convencida que un buen asesoramiento puede inclinar la balanza a favor de la denuncia, y que la falta del mismo puede hacerlo en sentido contrario. Aunque, a veces, ni eso. Contaba el otro día una abogada amiga, casi enferma de impotencia, como una víctima, con señales físicas y psíquicas de un cruel y continuo maltrato, se negaba a dar el paso por más que ella trataba de apoyarla. Y es que hay que resignarse: el jurista no es dios, por más que a veces parezca tener un poder que le acerque a ello.
También es importante, como apunté antes, que cada cual cumpla su función. En algún caso he oído decir que las funciones de letrado de víctimas y fiscal son casi iguales, y que se podría prescindir. Craso error. Podemos jugar el mismo partido, incluso en el mismo bando, pero todos los equipos necesitan sus jugadores, y ni el portero puede hacer de centrocampista, ni el defensa de delantero, por más que, en ocasiones, las circunstancias del partido puedan llevar a que el portero meta un gol. La víctima nos necesita a todos para lograr la victoria, y si el engranaje falla, el partido puede acabar en derrota. Y no olvidemos que aquí lo que se juega no es ninguna copa sino la vida. Tal como suena. Porque quizás esa mujer que hoy no denunció mañana esté muerta. Y si no físicamente, sí muerta en vida, en esa cruel cárcel que es el maltrato.
Es difícil, casi imposible a veces, ser profesional y empático a la vez. Poder ponerse en la piel de la mujer y a la vez ser profesional y eficaz. Pero recordemos. Nada es imposible cuando nos ponemos esa capa de superhéroe que es la toga. Con ella podemos hacer grandes cosas, hasta salvar vidas. Y tal vez alguien de quienes estáis leyendo esto ya lo hayáis hecho sin ser siquiera conscientes de ello. O tal vez estéis a punto de hacerlo. Pensadlo la próxima vez que os pongáis la toga.
SUSANA GISBERT GRIFO
Fiscal de profesión y artista de vocación, aunque no necesariamente sea incompatible.
Entré en esta apasionante carrera en el año 92, y desde entonces he desempeñado diversos destinos, siendo el actual, el de Fiscal de Violencia de Género y Fiscal Portavoz de la fiscalía de Valencia. También participo en otras secciones especializadas como la de criminalidad informática y de Jurado.
Me encanta la danza, a la que dediqué mucho tiempo y esfuerzo antes de que la oposición me obligara a cambar el tutú por la toga, y tengo un vicio confesable: escribir, escribir y escribir. Tanto en su faceta técnica (en publicaciones especializadas como Confilegal o Lawyerpress y con una monografía en el mercado, Género y Violencia, amén de otras colaboraciones), de opinión (El Mundo, Informavalencia, El Periódico de aquí, durante un tiempo en ABC, y, esporádicamente en otros medios como Levante EMV, El Pais, el diario.es o el Huffington Post) y en redes sociales, por descontado.
Soy titular de mi propio Blog, Con Mi Toga y Mis Tacones, y de la página de Facebook a él asociada, que se ha convertido en casi un hijo más. Trato de mimarlo todo los días y no dejo de darle su ración de post dos veces por semana.
Publicó su último libro en 2016 “Mar de lija”.
Foto cedida por Pérez Palma Abogados, Málaga.